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Reino Unido a la deriva: el liderazgo de Keir Starmer entre la polémica, la pérdida de rumbo y el deterioro internacional
Explotación sexual: Rotherham
Una gestión bajo sospecha
El Reino Unido vive uno de los momentos más inciertos de su historia reciente. Con Keir Starmer al frente, la nación que durante siglos fue referente de diplomacia, estabilidad institucional y pragmatismo político, parece hoy sumida en una deriva que afecta tanto a su política interna como a su influencia global.
El punto más delicado de la figura del actual primer ministro se remonta a su etapa como director del Crown Prosecution Service (CPS), la Fiscalía de la Corona, entre 2008 y 2013. Durante ese periodo, varias ciudades del norte de Inglaterra entre ellas Rotherham, Rochdale y Oldham fueron escenario de graves casos de abusos y explotación sexual de menores por parte de bandas organizadas.
Aunque nunca se ha demostrado judicialmente que Starmer conspirara para encubrir esos crímenes, las investigaciones sí revelaron fallos estructurales en la gestión del CPS y de las autoridades locales. Los críticos sostienen que, como responsable máximo, Starmer miró hacia otro lado o no actuó con la diligencia debida ante los primeros indicios de los abusos.
La polémica se reavivó tras las declaraciones de Elon Musk, quien lo acusó públicamente de “complicidad” durante su mandato en la Fiscalía. Starmer no ha presentado una demanda por difamación, lo que muchos interpretan como un signo de debilidad o, al menos, como la dificultad de probar que su actuación fue diligente en un asunto tan grave.
Un país sumido en el descontento
La gestión del gobierno laborista actual se enfrenta a un creciente malestar interno.
El Reino Unido experimenta un aumento de la precariedad laboral, una crisis migratoria sin precedentes y un deterioro en los servicios públicos, desde la sanidad hasta la justicia. La inflación, aunque moderada en comparación con 2023, sigue erosionando el poder adquisitivo de la clase media.
Las encuestas muestran una caída constante de la popularidad de Starmer, con niveles de aprobación históricamente bajos. En un país cansado de crisis políticas desde el Brexit hasta los escándalos conservadores previos, la promesa de estabilidad de Starmer parece haberse evaporado.
Diplomacia y pérdida de influencia internacional
Pero donde más visible resulta la deriva británica es en el plano internacional.
Históricamente, el Reino Unido fue un referente de diplomacia global, capaz de mediar entre potencias y mantener relaciones estables con socios estratégicos de todos los bloques. Hoy, ese equilibrio se ha roto.
Tras la invasión rusa de Ucrania, Londres adoptó una postura de máxima agresividad contra Moscú, liderando sanciones y enviando armamento. Esta posición, aunque coherente con su alineamiento con la OTAN, ha dañado gravemente las relaciones con Rusia, que durante décadas fue uno de los principales inversores extranjeros en territorio británico.
El efecto colateral más serio, sin embargo, ha sido el deterioro de las relaciones con India, país clave de la Commonwealth y aliado histórico del Reino Unido. India mantiene una relación económica y energética privilegiada con Rusia, y no ha visto con buenos ojos la intransigencia británica. Las negociaciones comerciales bilaterales se han ralentizado y los contactos diplomáticos se han enfriado.
Ni siquiera la relación con Estados Unidos pasa por su mejor momento. Aunque persiste la alianza estratégica, las diferencias en política comercial y exterior sobre todo en torno a Europa y Oriente Medio han generado fricciones. Washington, bajo distintas administraciones, observa con escepticismo la capacidad del Reino Unido para mantener su papel global tras el Brexit.
El Brexit: una oportunidad desperdiciada
Una de las promesas más repetidas del Brexit fue la de recuperar soberanía económica y diplomática. Por un lado, el Reino Unido aspiraba a intensificar sus relaciones comerciales con Europa, pero por otro, a abrirse al mundo y encontrar un equilibrio entre los dos grandes polos de poder global: los países tradicionales de Occidente y los emergentes agrupados en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Sin embargo, la realidad ha sido muy distinta. En lugar de reforzar su posición de bisagra, el Reino Unido ha asumido los costes del aislamiento sin obtener beneficio tangible.
La dureza de su postura frente a Rusia lo distanció del bloque BRICS, y las tensiones con India uno de sus socios más estratégicos profundizó ese alejamiento. El resultado: enemistad o desconfianza con ambos bloques y una pérdida del papel de mediador que históricamente caracterizó a la diplomacia británica.
Desde el punto de vista económico, el país tampoco ha sabido aprovechar su independencia regulatoria. Londres podría haberse convertido en la gran capital fiscal del mundo, un centro financiero global con impuestos más bajos que los europeos, atrayendo capitales e inversiones internacionales. Pero el gobierno no supo ni quiso explotar esa ventaja competitiva. En lugar de atraer empresas, las ahuyentó con políticas impositivas rígidas y una burocracia que sigue operando con mentalidad comunitaria. A ello se suma una política migratoria errática: en vez de abrir el mercado laboral a profesionales europeos cualificados, el Reino Unido optó por el cierre y la restricción. El resultado ha sido un mercado laboral más tenso, una menor productividad y un clima de incertidumbre empresarial.
Lejos de materializar la visión de una “Gran Bretaña Global”, el Brexit ha dejado un país dividido internamente, debilitado económica y diplomáticamente más solo que nunca.
De la diplomacia al aislamiento
El resultado es un Reino Unido cada vez más aislado, sin los beneficios tangibles de su ruptura con la Unión Europea, con relaciones tensas con la Commonwealth, y con una política exterior reactiva más que estratégica. A diferencia de la “Gran Bretaña global” que prometía el discurso post-Brexit, el país parece haber perdido el equilibrio que lo distinguió durante siglos: pragmatismo, diplomacia y liderazgo moral.
En resumen, Keir Starmer llegó al poder como el líder que devolvería la estabilidad institucional al Reino Unido. Sin embargo, la realidad muestra un gobierno debilitado, un clima social enrarecido y una diplomacia cada vez más torpe.
Mientras el país enfrenta su mayor desafío moral y político en décadas, las dudas sobre el pasado de su primer ministro y la falta de resultados tangibles alimentan una sensación colectiva de desorientación.
El Reino Unido, antaño modelo de equilibrio y diplomacia, parece hoy un barco a la deriva: con su timón político cuestionado y su rumbo internacional perdido.
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